El habitante (borrador inconcluso y temporal)

Rafa Lobomar
12 min readDec 1, 2023

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Varios años han pasado y esta historia sigue en mi baúl de los miedos; en este caso, el miedo de sentirme expuesto a que las personas lean lo que escribo. Parte de mi viaje consiste en ir soltando esos miedos y aunque este relato corto está inconcluso y con necesidad de mejoras, lo publico para hacer honor a mi viaje, esperando retomarlo y concluirlo

Foto por MontyLov en Unsplash

— He conversado, te he hecho muchas preguntas, pero no he llegado a tener claridad. Miro las estrellas de esta noche, las estrellas de mi momento, y noto que las estrellas de tu cielo son diferentes. No comprendo el porqué has escogido particularmente estos dos momentos para verme. No comprendo qué es lo que me querés comunicar. No comprendo si esto es real. No comprendo. Sencillamente no lo comprendo.

Hago una pausa y me vuelvo. Necesito respirar y no verle a los ojos. Esos ojos negros y profundos como los de una lechuza, llenos de sabiduría y de misterio. Nunca me ha hablado, pero a través de sus ojos veo. A través de sus ojos me pierdo. A través de sus ojos navego. Refugio me enseña momentos de su pasado en vida y me abruma no ver el sentido de ello…

— Refugio, ¡por favor! ¿Qué es lo que intentás decirme? Siento pavor al verte en tu inexpresividad y en tu rigidez. Siento pavor al verme vulnerable.

Cierro mis ojos por un momento y al abrirlos, ella ya no está. La brisa fresca antes de los primeros rayos del sol se lleva mi lágrima y pienso en lo iracundo del silencio de la mañana. Tan sereno, tan lleno, tan notorio. Y de un pronto a otro, ese silencio explota en la ira y el bullicio del día.

— JA, “iracundo”, ¿de dónde saco esas palabras?

La noche en vela me agotó, pero me avispo. Regreso a mi habitación y Elena está sumida en un sueño profundo que no quiero interrumpir. Me dirigo hacia la ducha; el agua fría poco a poco me llena de paz y pienso en el día de ayer.

Fue el primer día de clases de Mati. Como la mayoría de niños y con lágrimas en sus mejillas, Mati se devolvió corriendo hacia nosotros. Solo quería un último abrazo antes de iniciar su nueva etapa.

Etapa suya y de nadie más.

Entre tantas cosas, aprenderá lo usual: a leer y escribir; y estoy seguro que hará que su imaginación tenga voz. También conocerá la amistad, la confianza y lo difícil que es levantarse temprano. He notado que Mati es muy empático. Ello hará que sienta a profundidad la crueldad, el rechazo y los tragos amargos que nos deja la vida, el dolor en otras personas, y también lo puro y hermoso que habita en ellas. Se sonrojará cada vez que vea a la persona que le haga sentir mariposas en su estómago. Vivirá su primer beso. Tal vez su primera pelea.

Cometerá travesuras al igual que en mis días de fechorías infantiles. En algunas saldrá airoso. En otras, le pillarán. Aprenderá sobre la responsabilidad intrínseca que tenemos frente a nuestros actos.

Me veo reflejado en Mati. Pero en él, también la veo a ella. Veo una llama en su corazón y sé que su mente vive en un éxtasis de curiosidad, voracidad y perspicacia. Ayer fue su primer día en la escuela y quedé atrapado en una nebulosa de recuerdos — meditando en ese momento y pensando si Mati los recordará de la misma forma que yo.

He disfrutado tanto cada instante de su corta existencia. Ver a una personita crecer y permitir que, de alguna manera que no logro explicar con palabras, moldee su propia esencia humana. Recuerdo su expresión cuando chupó un limón por primera vez y las risas que no pudimos contener Elena y yo.

También recuerdo las horas invertidas en la huerta del patio junto a Cloe para cultivar lechugas, zanahorias, y tomates. Al inicio él no comprendía porqué lo hacíamos, pero su mente logró procesar rápidamente el esfuerzo y la dedicación. Mati pasaba a la huerta cada día y veía el crecimiento de las plantas. Su necesidad de sol, agua y tierra. Pasaba horas observando y yo no me dejaba de preguntar qué pasaba por su mente. Sospecho que Mati vivió la satisfacción que genera la cosecha y sé que disfrutó el momento de cocinar y degustar nuestra producción; degustación que también gozó Cloe, pues vi a Mati sacar a escondidas trozos de zanahoria y llevarlos a su casa perruna.

Una noche, Cloe lo mordió. Mati no le habló en días, pero Elena poco a poco fue hilando la herida de ese mal momento como ella mejor lo sabe hacer; hasta que un día volvimos a verlos jugar hasta quedarse dormidos en la alfombra de la sala.

Jugá otra vez con sus orejas — le dije un día, a sabiendas que no era necesario decirlo. Mati solamente sonrió sutilmente. La lección quedó aprendida.

Los 4 disfrutábamos las obras de teatro improvisadas en nuestro cuarto. Pasábamos de recrear cuentos como los Músicos de Bremen, a crear en el transcurso de la actuación, nuestras propias historias. Fuimos todo tipo de personajes imaginables. Mati pasó de ser colibrí, hormiga y hada, hasta ser un explorador de nuevos planetas con su fiel compañera detectora de galletas escondidas; Mati siempre daba un giro inesperado al transcurso de la historia y mis ojos buscaban a los de Elena, pero siempre los de ella ya estaban fijos en los míos. Su mirada cómplice, tierna y sonriente no ha cambiado — siempre me ruboriza. Y en el abrazo repentino de Mati, el reloj detiene su tic tac, el atardecer se congela, y mi felicidad se desborda. A lo lejano me llega la sutil brisa de serenidad que antecede una tormenta, cierro la llave de la ducha, procedo a secarme y frente al espejo noto el paso de los años en mi rostro.

De un pronto, un abrazo y la sensación de su cálido tacto me hizo salir del viaje retrospectivo de hace 8 años. Estaba en una sala de reunión junto a Elena. Ese día cerraríamos un trato por el que tanto trabajamos en nuestro negocio. Tomé su mano y su mirada, tan profunda desde el día uno, se encontró con la mía.

Conocí a Elena en su apogeo profesional. Yo daba mis inicios en el mundo emprendedor, y ya Elena brillaba en su ámbito. Su luz me llamó el día que nos conocimos. Llevamos 17 años de conocernos, de compartir nuestro tiempo, y esa luz suya sigue iluminándome, llamándome, guiándome, aunque no sé a dónde ni con qué propósito. Durante nuestro breve y a la vez eterno cruce de miradas, nuestras mentes se conectaron, vislumbrando las mismas imágenes de un futuro prometedor. Juntos.

Estampamos nuestras firmas — lo logramos. Cierro mis ojos. Respiro profundamente. Ese aroma a fresas es inconfundible. Sonrío en mis adentros porque traté un sinnúmero de veces de regresar a este lugar, a este momento, pero nunca lo logré. Hasta hoy.

Nuevamente retrocedo en el tiempo. Tuve un retraso inesperado, pero allí estaba cuando llegué. Elena estaba sentada de espaldas en la terraza del café y su pie se movía incesantemente, tal cual lo hace aún hoy en día cuando algo le incomoda. Puse mi mano sobre su hombro y la saludé con un abrazo; era nuestra tercer cita. Me senté al lado de ella y tuvimos una charla superficial de inicio para romper el hielo y calmar los nervios. Poco a poco ambos fuimos entrando en confianza y nuestra conversación se tornó amena. Noté cómo su pie fue cesando su movimimiento.

— …¿Pero cómo llegamos hasta aquí comparando la vida y el amor con bebidas? Que en el amargor y la adicción del café, en la intensidad y calidez del vino, en lo pasajero y alegre de una cerveza, ¡qué se yo! — rió por unos segundos. Luego, en un tono más serio me dijo: ¿y si el amor es solo como el agua? Sereno, puro, sencillo, transparente, cíclico, de él fluyen los pensamientos y los sentimientos… — tomó unos segundos para pensar… — de él florece la vida. ¿No te parece?

Con su mano, acomodó mi pelo y fue ahí donde lo supe. La miré y algo en la luz de sus ojos me dijo que ya sabía lo que pasaba por mi mente. Eso me impactó. Fue la primera vez que sentí rubor al mirarla, y a pesar de la sensación extraña, también me sentí seguro, en casa. Vuelvo a cerrar mis ojos y al abrirlos, el café está a oscuras. Una tenue luz roja ilumina el lugar y frente a mí, se encuentra una sombra. Parece más una silueta sentada frente a mí. Sin el brillo en sus ojos, sin su aroma. No es Elena. Sus ojos se ciernen sobre mí. Intensos. Agresivos. Percibo cómo mi interior se encoge y una neblina espesa invade mi mente.

Es lo que fue, y ya no es. Lo veo. Él tiene la noción de verme, de sentirme, pero no soy yo. No sé quién está en mi cuerpo. Me desespero. Mi respiración se torna agitada. Y de un pronto, envuelto en un aroma putrefacto, un par de brazos me rodean; sus dedos me queman y me aferran a la cama. Estoy inmóvil y siento cómo intentan arrastrarme hacia una oscuridad desconocida. La fuerza no me alcanza para resistir. Estoy pensando en Mati y Elena; en los recuerdos de un pasado feliz. No creo que pueda volver. Empiezo a dejar de resistirme a esos brazos y me dejo llevar por un acantilado cada vez más oscuro y profundo… Veo mi cuerpo. Veo a mi yo físico. Pero no soy yo. Algo o alguien habita en mi cuerpo y no sé quién es. Quiero… quiero… todo se desvanece.

3:00 am. El reloj fue lo primero que vi, mi cuerpo empapado en sudor lo primero que noté. Percibía la respiración pausada y tranquila de Elena a mi lado. Sentí alivio, pero sobre todo, agotamiento. Intento recuperarme y pensar en lo que pasó.

3:09 am. No creo que haya sido casualidad la hora de despertarme. Siempre es la misma hora. La misma pesadilla de hace 17 años. Siempre más intensa, siempre se añade un fragmento a la historia. Tengo un presentimiento que hiela mi ser: algo se acerca. Algo se mezcla poco a poco con mi realidad. Algo me busca y no sé qué es. Elena está despierta, observándome. Me envuelve en su abrazo y poco a poco la paz regresa. Me quedo dormido en su calor.

Entrada la mañana, suena la alarma. La pesadilla fue extenuante. Me levanto, me tomo un vaso con agua y al mirarme al espejo me desconecto de mi realidad. Al frente, algo en su mirada me pone los pelos de punta. ¿Soy yo? Un frío recorre mi cuerpo y me pregunto si los demás también experimentan esta sensación al verme, ¿será así con Elena? Solamente el hecho de preguntarle me da miedo.

Mi reflejo mantiene su mirada inexpresiva y macabra. De pronto, con el atisbo de una sonrisa (o tal vez siempre estuvo así, pero hasta ahora lo percibo) y un destello fugaz en su pupila (mi pupila), lo que estaba viendo desaparece. Comienzo a reconocerme en mi propio reflejo y Elena abre la puerta.

— Ele, estoy agotado.

— Lo veo en tus ojos. Sé que otra vez tuviste esa pesadilla.

— Esta vez la sentí más real. Es extraño. Sé que ya pasó, pero aún me siento inmerso en ella.

— ¿Querés hablar de ello? Voy a liberar mi día para estar con vos

— No lo hagás Ele. Ambos tenemos un día importante. Podemos hablarlo al regresar por la noche.

— Sabés que estoy para vos. Pero está bien, lo hablamos en la noche. Lo que no voy a discutir es que yo quiero que hoy te quedés descansando. Yo me encargo de todo el papeleo pendiente. Quiero que salgamos ya de eso; recordá que Mati regresa el sábado y quiero que estemos completamente para él. Elena suspira y continúa — El día está hermoso. Acostate en la hamaca con Cloe en lo que yo te preparo un té antes de irme. Sabés lo que me preocupa verte así.

— Te amo. Vení que te quiero abrazar.

Elena se acercó y nos volvimos a envolver en un largo abrazo. Cloe se nos unió, la risa de Ele llenó el ambiente y me sentí agradecido con la vida. Me llevé a Cloe alzada y nos acostamos en la hamaca. Cloe tiene 14 años. El peso del tiempo se refleja en su lento caminar, en sus canitas y en sus ojos cansados, pero llenos de amor. Con su mirada me dice que el momento de despedirnos está cerca. Elena y Mati también lo saben.

Mientras la cariciaba, me puse a pensar en los momentos mágicos que nos regaló Cloe y en lo bonito que es el amor sencillo. Cloe ha impactado en nuestras vidas de una manera que jamás habríamos imaginado y sé que será una despedida dolorosa, pero llena de agradecimiento y amor. Elena regresó con el té y me besó. El mecer de la hamaca, el aroma del té y el pelo algodonoso de Cloe poco a poco me fueron llevando a un sueño agradable.

…Desperté inmediatamente. Alerta. Estoy seguro que hubo un estruendo en el baño. Por el sol, calculo que es el medio día. Con el corazón en mi mano, me bajo de la hamaca y me dirijo hacia las gradas; cada paso se torna más pesado. Mientras subo lentamente, estoy consciente de mi respiración agitada. Escuché algo moverse detrás de la puerta del baño. Me armo de valor y entro.

Nada. Sé que hubo un estruendo, pero el baño está intacto. Nada se quebró, nada se cayó, nada se movió de su lugar. Es extraño. De un pronto lo sé, y me da miedo voltearme hacia el espejo. No necesité hacerlo. Su respiración fuerte estaba sobre mí, su vaho denso y putrefacto envolviéndome y sentí su brazo en mi hombro. Ese brazo que por 17 años he sentido en mis sueños. Me sujetó y sentí cómo mi hombro ardía.

— ¿Qué querés de mí? ¿Qué sos? — le dije

No me respondió. No me dejó gritar. Con su otro brazo envolvió mi rostró y me jaló hacia el espejo. El dolor fue inexplicable. El ambiente es pesado y oscuro. Me adormilo y lo último que recuerdo fue caer estrepitosamente de espaldas, desmayado.

¿Dónde estoy? ¿Cuánto tiempo llevo así? Estoy inmerso en la oscuridad y extrañamente percibo el tiempo avanzar lentamente. Me levanto aún mareado y desorientado. Comienzo a caminar y noto una superficie áspera, dolorosa para mis pies desnudos. El ambiente es cada vez más sofocante, ¿qué es ese olor? Noto que me falta el aire y mi respiración se torna jadeante.

Decido sentarme porque no puedo caminar. Descanso y poco a poco mi memoria se restaura. Sucedió. Simplemente sucedió. 17 años soñando algo que hace poco aconteció. Elena y Mati están en peligro. Sé que logró hacer la posesión de mi cuerpo por completo. Ahora comprendo que cada año me estuvo debilitando, cada sueño desgarró una parte de mi alma. Puedo percibir cada fragmento perdido, deambulando como lo estoy haciendo yo aquí, con mis pies y manos ensangrentados. Cada paso me lastima.

Lo que comenzó como un sollozo terminó en un llanto profundo. Impotente, desnudo, sediento, lastimado, olvidado. Un suspiro en el tiempo. Un punto imperceptible en la oscuridad. Un grito que se pierde en el vacío. ¿Cómo mierda llegué acá? Y me lleno de rabia. Grito. Grito cada vez más fuerte hasta que mi voz se quiebra, pero eso no cambiará nada.

Después de un rato acostado en posición fetal, levanto mi cabeza y allí está el espejo. Esta vez refleja nuestra habitación. Veo a Elena conversando con mi cuerpo. Ella le sonríe y le acomoda su pelo hacia un costado. Apagan la luz y se acuestan. Me levanto inmediatamente y corro lo más rápido que puedo. No logro acercarme al espejo, al contrario, este cada vez se aleja más hasta que escuchó un estruendo y veo sus vidrios desmoronarse en el vacío.

Pienso: ¿cómo es que siento a mis fragmentos del alma deambular? Continúo caminando. El olor se torna más penetrante y lo veo. Entre tanta oscuridad, observo algo que describiría como un corredor. Su apertura es más oscura y creo que de allí proviene el olor. El frío que no ha abandonado mi cuerpo se vuelve más intenso y penetra en mis huesos. También el dolor y la desesperanza crecen en mí. Decido entrar al corredor.

El suelo ya no es áspero. Ahora es fangoso y no quiero pensar sobre qué estoy caminando. Vuelvo a cerrar mis ojos mientras camino y las lágrimas vuelven a brotar. La soledad me desnuda. Me muestra vulnerable mientras no dejo de pensar en Cloe, en Mati, en Elena, de quienes dejé de percibir su presencia.

Me detengo un momento. Como un destello, me llegó el pensamiento de aquella madrugada lejana. Y lo intento. No tengo ninguna duda. Me concentro. Cierro mis ojos y dirigo lo que queda de mi energía para regresar a ese día, a ese momento. Y ahí están sus ojos de lechuza, reflejando el ondular de las llamas. Me dejo llevar por la suave corriente iluminada.

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